La vida es como una leyenda: no importa que sea larga, sino que esté bien narrada
Lucio Anneo Séneca (2 A.C.- 65 D.C.) Filósofo latino
Donde comenzó la leyenda. Allí intentará el Barcelona conseguir su cuarta Champions, la que cierre el círculo de los veinte años más exitosos de su historia. En Wembley, donde se empezó a gestar el estilo de fútbol que domina ahora en Can Barça. 19 años después, Guardiola volverá a pisar otra vez el césped que le hizo campeón de Europa por primera vez. El mejor equipo del mundo vuelve a por su corona.
Y todo ello después de empatar a uno el último Barça-Madrid, por lo menos, hasta agosto. Cuatro Clásicos después, los resultados parecen arrojar también un empate; sin embargo, una lectura mucho más pausada apunta a un ganador claro. Dos empates, uno a simple vista irrelevante por ser el primero de todos, pero que hizo que el Madrid se despidiese de la Liga; el otro, el que acredita el pase a la final de Wembley de los azulgranas. Una victoria madridista, el de la Copa del Rey, que cayó del lado blanco en el minuto 102. Y una victoria culé, la del Bernabéu, determinante para romper el sueño de la Décima y acercar el de la Cuarta.
Casualidad o no, en ausencia de Mourinho, que vio el partido desde el hotel, el Madrid salió con el equipo menos mourinhista de los cuatro Clásicos: sin trivote, con Kaká por Ozil y de nuevo con representación en la punta de ataque, Higuaín. Sólo Mourinho sabe por qué dos jugadores en baja forma impidieron jugar de inicio al alemán y a Benzema. Kaká hubiese sido el chivo expiatorio de la derrota si no hubiese sucedido lo que sucedió en el minuto 47.
El Madrid apretó la salida desde atrás del Barça desde el principio. Estuvo muy lejos –física y metafóricamente- de hacer ocasiones. También los de Guardiola, que movían el balón sin excesiva prisa y sin abandonar demasiado su campo. El Barça lo intentaba por el centro, el Madrid por las bandas. La amarilla a Carvalho, que se la jugó durante todo el partido, hizo que Messi creciese y dispusiese de tres ocasiones de gol antes del descanso. También la tuvo Villa, tras un robo de balón a Lass. Y en todas apareció un hombre: Casillas.
El descanso revitalizó a los madridistas. De Bleckeere quiso dar razones a Mourinho y decretó derribo de Cristiano Ronaldo, que había sufrido una falta anteriormente de Piqué, sobre Mascherano. Higuaín se había quedado solo y había perforado la red, pero la acción ya estaba invalidada.
Cuando el Madrid parecía más metido en el partido vino el zarpazo azulgrana. Iniesta divisaba el enorme hueco dejado por Marcelo, mucho más atento en guiar al equipo que en defender, y metió un pase largo y preciso a Pedro. El canario no desperdiciaba la ocasión y ponía rumbo a Wembley.
El Barça sólo se descuidó en una ocasión, y ahí llegó el gol de los blancos. Un error de Pedro lo aprovechaba Xabi Alonso para cederle la pelota a Di María, que entraba como un galgo por la banda. El disparo del argentino se estrelló en el poste, pero, atento al rechace, Di María vio solo a Marcelo, que fusiló la portería de Valdés.
Las dudas entraron momentáneamente en la cabeza de los jugadores azulgranas, que empezaron a defender con la pelota en los pies. “El balón como salvavidas”, lo llama Martí Perarnau. Interesaba dormir el partido y así se hizo, porque la posesión es el oxígeno de este equipo visiblemente agotado en las últimas jornadas. Hubo tiempo incluso para dar la bienvenida a Abidal en su regreso al fútbol. Entre gritos de ‘Abi, Abi’ salió al campo sustituyendo a Carles Puyol, mes y medio después de su operación.
Dos remates a puerta y 90 minutos más tarde, el Madrid decía adiós a Europa. Mourinho tendrá que responder cuando su gente se serene. El daño que está sufriendo el club puede ser irreparable; cada uno de los componentes del equipo negó la superioridad del rival, y el ejercicio de autocrítica es inexistente. Quizás la frase de Rubén Uría “Mourinho ha convertido a un grande histórico en un pequeño histérico” puede ser un poco pretenciosa, pero invita a la reflexión.
Por su parte, en el centro del Camp Nou, los jugadores del Barça manteaban a Abidal y hacían piña, como si ya se hubiese ganado el título. Demasiada tensión en 18 días. Guardiola, visiblemente emocionado, se abrazaba a Leo Messi. Casualidades de la vida, será el argentino el que porte el diez a la espalda en Londres, aquel que llevaba Pep en la final de 1992. Guardiola volverá como Messi al estadio donde fue inmensamente feliz, al lugar donde comenzó todo.
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