domingo, 29 de julio de 2012

El nadador que nunca había visto una piscina


Aquel día de agosto de 2000, invierno en el cono sur, los presentes en la Piscina Olímpica del Norte de Sydney ovacionaron a un perdedor. Un representante de Guinea Ecuatorial logró eclipsar en aquellos Juegos Olímpicos al mismísimo Ian Thorpe, que se disponía a ganar tres oros y a firmar un nuevo récord del mundo en la cita australiana. Su nombre: Eric Moussambani.


No saltaron a la piscina juntos, no hubo rivalidad ni se miraron de reojo al extender su brazo apurando una milésima en la llegada; y no sucedió porque Moussambani no pudo meterse en la final. De hecho, el guineano cuenta con el dudoso honor de ser el nadador más lento de la historia de los Juegos Olímpicos: un minuto, 52 segundos y 72 centésimas en la prueba de 100 metros libres.

El hecho de que un nadador de condiciones tan dudosas como Moussambani hubiese logrado colarse en la cita olímpica tenía una sencilla explicación: el COI estableció ese año un nuevo sistema de selección, con el objetivo de permitir la participación de deportistas de países en vías de desarrollo, a los que no se les exigían marcas mínimas. Junto a él se disponían a nadar también en la clasificatoria el nigeriano Karim Bare y Farkahod Oripov, de Tayikistán. La sorpresa saltó a los pocos segundos: los dos fueron descalificados por salida nula. Moussambani nadaría solo.

Eric nunca había visto una piscina olímpica. En su Guinea natal, tuvo que entrenar en un cubículo de 20 metros en el jardín de un hotel. Quería ser atleta y soñaba con correr en los Juegos, pero cuando quiso inscribirse se dio cuenta de que el cupo de atletas estaba lleno. Ante este obstáculo, decidió emprender su carrera en la natación sólo ocho meses antes de Sydney.

Y allí estaba él, un negro totalmente alejado del ‘look’ de los nadadores profesionales, ataviados siempre con los últimos modelos de bañador completo de neopreno. Su imagen dio la vuelta al mundo: aquel hombre se enfrentaba al reto de su vida con un slip azul y unas gafas de goma con trozos sobrantes a los dos lados de la cara.

Lo que se vio tras el pistoletazo de salida aún estremece a los que tuvieron la oportunidad de presenciarlo en directo. Eric se lanzó al agua y empezó a bracear haciendo gala de un estilo poco ortodoxo ante la atónita mirada del público, que no dejó de aplaudirle y jalearle durante aquellos casi eternos dos minutos. Llegó a los 50 metros sin saber dar la vuelta; nunca se había visto un recurso semejante para afrontar el segundo tramo de los 100 metros.

Aquellos 50 últimos metros fueron agónicos; por momentos, parecía que fuera a ahogarse, pero no se rindió. Exhausto, tocó el bordillo ante un público que coreó su nombre y, todavía con la respiración entrecortada aseguró: “los últimos 15 metros han sido muy difíciles”. Resultado final: un crono de 1:52.72, más de un minuto más del que empleó el que a la postre sería campeón olímpico de 100 metros, el holandés Pieter van der Hoogenband -48:30-, e incluso más del que el mismo nadador marcó en los 200 metros -1:45.35-.

Eric se fue de Sydney con el cariño de todos los aficionados olímpicos. Fue precisamente eso lo que le empujó a intentar resarcirse de lo ocurrido ese día de agosto de 2000. Viajó a Barcelona con el sueño de convertirse en nadador de élite; allí dispuso de condiciones adecuadas y gracias a su esfuerzo diario llegó a bajar su marca personal hasta los 57 segundos, un tiempo que le permitía estar en Atenas 2004. Sin embargo, no pudo acudir a la cita griega por un error de su Federación con el pasaporte.
Moussambani nunca tiró la toalla. Consiguió marcar el récord nacional, un tiempo que todavía ningún compatriota ha superado. Pasado el tiempo regresó a Guinea, donde construyó la primera piscina olímpica del país; ahora es seleccionador del equipo de natación, un trabajo que combina con el de ingeniero informático. Su obsesión es que nadie sufra lo que él sufrió aquella tarde en Sydney y mostrar al mundo que sus paisanos también saben nadar; de hecho, Guinea cuenta ahora mismo con las mejores marcas del continente africano. Con aquella actuación en Sydney no ganó nada, pero lo ganó todo.

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